Estamos a las puertas de una nueva temporada electoral, y como es costumbre, presenciamos una repetición de estrategias muy superficiales por parte de muchos políticos. Los bastones, sillas de ruedas y láminas de zinc se convierten en herramientas populares, no precisamente para mejorar la vida de la ciudadanía, sino para crear una apariencia de sensibilidad que rápidamente desaparece, cuando se cierran las urnas.
Es triste constatar que algunos de nuestros representantes políticos buscan reflejar empatía acudiendo a las zonas más necesitadas, escuchando a los ciudadanos y, en algunos casos, incluso ofreciendo pequeños gestos económicos, como ayudar a pagar el recibo de luz. Sin embargo, la cuestión crucial a plantear es si esta es la forma en que queremos que se aborden las problemáticas sociales.
La estrategia central de algunas campañas electorales parece girar en torno a la pobreza y la desigualdad. Es alarmante ver cómo se utilizan estas realidades para obtener votos y, una vez en el poder, estas mismas realidades quedan en un segundo plano. Es esencial que como ciudadanía seamos capaces de distinguir entre las verdaderas intenciones detrás de estas acciones y las soluciones reales a largo plazo.
No podemos seguir permitiendo que la necesidad de la gente sea utilizada como bandera electoral, necesitamos políticos comprometidos con un cambio genuino y acciones concretas para abordar las desigualdades, en lugar de gestos simbólicos que no resuelven los problemas de raíz.
En tiempos electorales, es responsabilidad de cada uno de nosotros, como votantes, analizar más allá de las apariencias y buscar propuestas concretas que aborden los desafíos reales que enfrentamos como sociedad. Es momento de exigir un compromiso verdadero con el bienestar de todos y no permitir que la superficialidad se imponga en la política.